martes, 12 de febrero de 2019

El amante lesbiano, de José Luis Sampedro

Aunque resulta conveniente abrir un respetuoso paréntesis destinado a incluir todas aquellas Sentencias del T.C. que (según se detalló en la Tertulia) se pronuncian de forma contundente sobre un delicado tema de vital trascendencia, no es mi intención incidir en este punto, ya que por tratarse de un terreno complejo y resbaladizo requiere un tratamiento riguroso y especializado.

Sin embargo, sí quisiera recuperar dos términos aludidos el pasado martes y que centralizaron gran parte del debate. Pero retomaré estas dos contrapuestas palabras, DOMINIO-SUMISIÓN, para, restando seriedad al enfoque inicial, trasladarlas a un registro literario a fin de aclarar una duda que me surgió a posteriori, en relación con un interesante comentario.

Me explico: entre las diversas opiniones, una destacaba que el personaje central de la novela, Mario, era “feliz” -entre otras fundadas razones- porque su autor, J. L. Sampedro, así lo estimaba y expresaba en la narración. Por lo tanto, su felicidad no admitía duda pasando a ser un hecho incuestionable. Precisamente, en este punto llega mi interrogante sugerido, eso sí, desde la ignorancia… ¿posee el ESCRITOR de la novela DOMINIO PLENO en referencia a la personalidad y sentimientos que confiere a los personajes y ocupa el LECTOR, por el contrario, una situación de SUBORDINADA SUMISIÓN a esos rasgos preestablecidos, sin posibilidad de otra percepción que difiera o se oponga a aquellos?

Según tengo entendido la escritura es arte y como tal implica, ante todo, comunicación. Entonces, es de suponer que ésta se establece de forma inmediata entre lector-escritor en el momento mismo en que aquél inicia la lectura. En ese instante nace un juego de ficción entre ambos cuyo interés considero va en aumento, si quien lee cuenta con un amplio margen de valoración basado tanto en su propia intuición como en su capacidad imaginativa. Luego considero que si hay obligación previa de aceptar a los protagonistas a imagen y semejanza de cómo su creador literario decidió darles vida, la libertad de analizar bajo un prisma personal quedaría empañada y limitada, pues está predeterminada.

Pero volviendo al personaje central, debo admitir que algo complicado me resulta dictaminar, desde la ficción, acerca de la felicidad de Mario, teniendo en cuenta que, desde un plano real, no me atrevería siquiera a sentenciar con rotundidad y firmeza la mía. Y es que este “debatido término” siempre se me escapa…

Para concluir sin complicar más este asunto, solo resta añadir que, si están en lo cierto quienes aseguran que ese “elevado concepto” no es un estado sino una puntual sensación de bienestar que se disfruta tan sólo a momentos, es oportuno decir que nuestra última tertulia nos regaló la oportunidad de vivir algunos de éstos. Y a golpe de guitarra y a compás de estrofa, despedimos la reunión y una poética “Luna” dejó dormida a una tarde que, acompañada y arropada por todas las opiniones, brilló con intensidad y luz propia.


Irene Sánchez