lunes, 16 de noviembre de 2015

Del color de la leche, de Nell Leyshon

 

“éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano…”

 

Del color de la leche - Nell LeyshonComo si de un mantra se tratase, la protagonista de Del color de la leche repite, al comienzo de cada capítulo, esta frase. Y también nos recuerda en cada capítulo que está escribiendo en el año de 1831, y que se llama Mary, y que puede deletrear su nombre: eme, a, erre, i griega.

No parece nada extraordinario hoy en día, pero, que en la Inglaterra rural de 1831, una niña de familia humilde, hija de granjeros, cuya vida estaba destinada solo a trabajar en el campo, aprenda a leer y a escribir, y pueda contarnos la historia de su vida, eso sí que es extraordinario. Es normal que Mary se sienta orgullosa de poder hacerlo, aunque la historia de su vida no haya sido agradable precisamente.

Mary es la menor de cuatro hermanas y no ha recibido ni una pizca de amor de sus padres. Al contrario, al duro trabajo en la granja se suman un padre cruel y una madre impasible ante el sufrimiento de sus hijas. Tan solo el abuelo, impedido ya para trabajar, parece quererla. Y tan solo para él tiene Mary gestos de cariño.

Mary es enviada a servir en la casa del vicario. Allí, su carácter decidido y su sinceridad sin filtros serán la alegría de los últimos días de vida de la esposa del vicario.

Este se ofrece para enseñar a Mary a leer y escribir, pero, como podemos leer en la contraportada del libro:

“En las escasas ocasiones en que las personas logran liberarse de las cadenas que las atan, suelen, inmediatamente después, quedar sujetas a otras nuevas.” (Elías Canetti)

Mary consigue leer y escribir, pero la historia que tiene que contarnos es terrible. Como la de tantos millones de vidas que han quedado sin contar a lo largo de la Historia.

Es Mary quien nos cuenta, pues, su historia. Nell Leyshon se ha esforzado por “desaparecer” totalmente de la novela. Así, el texto está escrito sin mayúsculas, con los signos de puntuación, a veces, cambiados, y con un lenguaje espontáneo, casi igual al hablado. Pierde un poco de credibilidad al no tener faltas de ortografía, pero pienso que el lector se olvida de ese detalle.

Sin embargo, a pesar de ese lenguaje, podríamos decir coloquial, de vez en cuando nos encontramos con una descripción o una reflexión sorprendentes. Incluso se observa una mayor elaboración en la forma de narrar a medida que avanza la novela.

“a veces tener memoria es una buena cosa, porque ahí está la historia de tu vida y sin ella no habría nada, pero otras veces tu memoria guarda cosas que preferirías no volver a saber nunca y, por mucho que intentes quitártelas de la cabeza, siempre vuelven.”

Es evidente que, no solo en la perspectiva desde la que la historia está narrada, sino, sobre todo, en el hecho de que sea la propia Mary, que acaba de aprender a leer y escribir, quien nos la cuente, radica el principal logro de la novela.

La sabiduría de Nell Leyshon ha sido quedarse en segundo plano y ceder la palabra a Mary.