"El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y, al hacerse, habla y grita, llora y se desespera."
(Federico García Lorca)
Al concluir nuestra
distendida reunión del martes, no pude evítar recordar una peculiar cita
literaria que, si la memoria no me traiciona, corresponde al escritor Edgar
Allan Poe. A saber: “cuando un loco
parece completamente sensato, es ya el momento de ponerle la camisa de fuerza.”
Así, entre
ironía y seriedad, delirio y cordura, invención y autenticidad, disparate y sensatez,
sarcasmo y probado rigor, transcurre esta divertida pero profunda historia que acompañó
e ilustró de forma amena nuestro último coloquio; un dramático relato salpicado
de continuas situaciones cómicas que, desde su impactante inicio hasta su desconcertante
final consigue, tan pronto arrancarnos una cómplice sonrisa como dejarnos un
inevitable poso amargo, difícil de digerir.
Dos actos y seis
personajes caracterizados de forma sutil y escurridiza, casi esperpéntica, hábilmente
disfrazados con desfachatez e ingenio bastan y sobran para confundirnos, intrigarnos,
inquietarnos e incluso arrastrarnos al borde de una "deseada locura".
Una trama estratégicamente diseñada con una clara y decidida intención por
parte del autor: poner de manifiesto la obligada denuncia de evidentes e
intolerables injusticias, a fin de hacernos reflexionar para provocar en el
lector-espectador una necesaria reacción.
Apagados ya los
brillos del carnaval, pero con los destellos aún impresos en la retina, esos
alocados días donde nada es lo que parece, donde charada y realidad se entremezclan
y fusionan, este hilarante y sugerente recorrido teatral por el camino de lo
absurdo, plagado de chispeantes aunque trascendentes diálogos y monólogos, contribuye
a retirar de nuestros ojos ese engañoso antifaz que nos impide valorar con absoluta
nitidez. A su vez, invita a intentar desenmascarar todas aquellas situaciones
de la vida cotidiana que bajo la apariencia del raciocinio encubren una
distorsionada verdad, que nos confunde y se presta a la manipulación. Es
conveniente aprender a delimitar dónde termina la farsa y dónde comienza lo
certero.
Al hilo del
argumento me planteo cuál es la difusa línea que separa lo juicioso de lo demencial
y con qué precisas claves hemos de trazarla, sin miedo a equívocos.
Hoy, desde esta
privilegiada butaca de lector aplaudo el acertado propósito del dramaturgo.
Acomodada en una discreta fila de este singular escenario, analizando el trasfondo
de la obra y teniendo en cuenta el sugerente final abierto de la misma, me niego
a archivar definitivamente el caso en cuestión. Asi pues, aludiendo de nuevo a la
frase con que iniciaba este comentario, me tomo la licencia de ampliar los
numerosos interrogatorios contenidos en el guión del texto para añadir una
pregunta más. A modo de reflexión, dejo en el aire un interrogante tan atrevido
como lógico:
Para alcanzar la
buscada verdad, ¿en ocasiones resulta “forzoso dar la vuelta a la camisa?”
A la luz de todos los
datos aportados... ¡CASO REABIERTO! Continúa la investigación.
IRENE
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