Si pudiera plasmar en un
lienzo el argumento de la novela comentada en nuestra penúltima reunión y, una
vez concluida la obra, tuviera que decidir un título que la personalizará, tal
vez elegiría “Rosa sobre Negro”; dos tonos en contraste que, si bien a primer
golpe de vista se nos antojan casi opuestos, combinados entre sí, pueden conseguir un aceptable golpe de
efecto.
Se trataría de crear luz
sobre un fondo sombrío tal y como, a mi modo de ver, sugiere el texto en
cuestión: luminosas pinceladas de romanticismo aplicadas, de forma imaginaria,
sobre los oscuros brochazos de una trágica realidad, latente por siempre en
nuestra memoria. Rosa sobre Negro, un simbólico rótulo que bien podría figurar
a la derecha o a la izquierda del conflictivo marco histórico en el que se
encuadra la historia. Y es que valorar con plena objetividad puede resultar, a
veces, complicado dado que cualquier interpretación es tan solo relativa y
mucho se hace depender del ángulo y perspectiva en la que se sitúe el
observador o de aquel particular enfoque que adopte, en este caso, el lector. Lo cierto es que
dirigir la mirada hacia un lado u otro nada cambia, tristemente, lo abstracto
de la escena ni difumina la gravedad de lo acontecido.
Pero respetando cualquier
posición al respecto, en esta ocasión es oportuno evitar tonalidades
inapropiadas que puedan agrisar la nitidez de lo que aquí nos ocupa: analizar
desde un punto de vista literario la novela “Los colores de la guerra”.
En este sentido los compañeros/as de la Tertulia demostraron, una vez más,
sobrada maestría. Desde ambos bandos, detractores y partidarios, defendieron
los argumentos aportados haciendo uso de su mejor arma, el arte de la palabra. Con
tal propósito, no dudaron en desplegar su amplia paleta de colores para
expresar sus opiniones en toda la gama, acentuando así el brillo de la reunión.
Curiosamente toda sucedía un
“Dos de Mayo” (fecha crucial en el calendario de nuestra historia que sirvió
como fuente de inspiración pictórica a grandes maestros que, a través de sus
cuadros, lograron narrar en imágenes la crudeza de aquellos hechos). Pues bien,
en este contexto beligerante el debate discurrió, por contra, de forma no
combativa, aunque sin embargo, muy activa. Aparte de algún que otro cruce de
opiniones logramos encontrar un punto en común en el que todos coincidíamos:
La
lectura de este relato debe hacerse desde la ficción porque si tratamos de
abordarlo con seriedad y rigor, buscando en él una crónica fiel de los acontecimientos,
la narración decepciona y no pasar de ser una entretenida novela que se mueve
entre la intriga y el amor, la aventura y el espionaje; una trama simple apuntalada
sobre datos históricos. A lo cual añadir, según se comentó, que a tramos
adolece de imprecisiones y errores lingüísticos en el lenguaje que dificultan y
restan interés en la lectura. Una historia sencilla asentada, sin demasiado
acierto, sobre un contexto histórico de máxima trascendencia. Una mezcla
arriesgada y quizá poco afortunada que consigue entretener sin conmover,
amenizar sin apasionar. Con todo aporta elementos reales que resultan
ilustrativos para quienes, como es mi caso, los desconocíamos.
Por último, hacer referencia
a una reflexiva cuestión que al hilo del argumento planteó nuestra compañera,
Reme. Si, hipotéticamente hablando, intentásemos comparar en una misma balanza
el valor inmaterial de una vida humana con el valor artístico de una obra de
arte, aquella se inclinaría bruscamente a favor de la primera opción. (Y ello,
a pesar de la naturaleza efímera de nuestra existencia frente al carácter
imperecedero del que goza un legado artístico). Ahora bien, dando una vuelta de
tuerca a ese acertado comentario, me planteo ¿Quedaría igualmente desnivelada
en todos los casos? ¿Incluso en aquellos en que esa vida humana que tratamos de
poner en valor ha sesgado otras tantas de forma despiadada, cruel e “inhumana”?
En voz baja os confío que en tal supuesto no podría precipitar con rotundidad
una respuesta afirmativa y durante unos segundos dudaría en qué sentido debería
pronunciarme. Pero esta apreciación forma parte de un debate ajeno al tema
central de nuestra literaria reunión. Por tanto, solo me limito a hacer un
apunte, aunque no es conveniente ni procede desarrollarlo.
Finalmente, quisiera hacer
una avanzadilla de la próxima novela a comentar, “La joven de la perla”, para destacar que en la página 14 del
libro, su protagonista afirma “los colores se pelean cuando los ponemos
juntos”. Pongo en duda que así sea, pues la pasada tarde del Dos de Mayo
nuestra Tertulia consiguió justo lo contrario: combinarlos con habilidad en
perfecta y SERENA ARMONÍA ¡Ahí queda la valiosa obra!
Irene
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