domingo, 17 de junio de 2012

Microrrelatos

 

Cuando comentamos en el club el libro de microrrelatos de Luis Mateo Díez, Los males menores, lanzamos desde este blog un reto: ¿Os atrevéis a escribir un microrrelato?.

La respuesta fue que SÍ, naturalmente. Y muchos de vosotros escribisteis y leísteis en aquella tertulia vuestros relatos, demostrando que, en pocas palabras se puede contar mucho.

Para que quede constancia, aquí publicamos algunos de ellos. Si queréis que aparezca el vuestro, no tenéis más que enviarlo a la dirección de correo del club: clublatertulia@hotmail.com.

 

BALA PERDIDA

La bala, en la sien y la muerta, al río. Así le ordenaron hacerlo y así lo haría. Rapidez y precisión en el trabajo, ese era su lema. Pero cuando miró a su víctima de cerca, ella se le clavó en la sien y la bala se perdió en el río.

Nieves Jurado

 

 

EL LABRADOR Y LA ESTRELLA

El hombre tomaba el fresco cada noche de verano junto a su mujer, sentados en su sillón de enea. Dentro de las casas del pueblo el calor apretaba y era imposible estar a gusto.

Años después la mujer murió, y, desde entonces, el marido no tenía prisa alguna por volver de sus tierras, donde labraba… En cambio, se sentaba en una piedra del camino (ya de noche) y miraba pensativo al cielo en busca de aquel puntito de luz que lo llevara para siempre con su amor…

Mª Ángeles Marcos Pérez

 

NO VAYAS A LA ESQUINA A VER SI LLUEVE

Para que no los molestara aquel día soleado, mis hermanos mayores me dijeron: Andá a la esquina a ver si llueve. Y yo fui.

En la esquina llovía sin parar. Una nube de agua, justo en la esquina. Lluvia

Volví y les dije: Sí, en la esquina llueve.

Ellos se rieron y me mandaron de nuevo a ver si seguía lloviendo.

Volví y, en la esquina llovía igual que antes.

¡Sigue lloviendo!, les avisé desde la ventana. Y se rieron mucho más.

Escuché que uno de ellos me dijo de quedarme esperando en la esquina a que terminara de llover y luego les avisara.

No paró de llover en la esquina y además la nube de lluvia se colocó debajo de mi cabeza y empezó a seguirme.

Corrí hasta casa refugiado entre los techos y les grité dentro del zaguán de la entrada: ¡Me persigue una nube!

De nuevo rieron. Volví a salir y comprobé que la nube con lluvia seguía flotando en el cielo.

Vieron que entré a buscar un paraguas y fueron tras de mí para seguir riéndose.

No lo lograron. Un rayo los fulminó cuando salieron.

Tarsicio Molle González

 

NADA

Había una casa en mitad de La Nada. En ella vivían un hombre y una mujer. Estaban muy satisfechos, porque en La Nada, nada preocupa. Un día tuvieron un hijo y la dicha colmó su hogar. No le enseñaron nada, porque de nada le serviría. El niño creció solo, se educó solo y sus padres se sentían muy orgullosos de él.

Una mañana, el muchacho, cansado ya de no hacer nada, partió en busca de algo con que llenar su vida, pero no encontró nada interesante, porque en La Nada, nada interesa. Recorrió cientos de caminos, buscó y buscó incansable, hasta que de pronto, el joven salió de La Nada y nada le hizo más feliz.

Nieves Jurado

 

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CUENTO CORTO

Es un niño le dijeron, y sus lágrimas brotaron sin poder evitarlo, pero cuando vio sus ojos, su corazón latió como nunca hasta entonces. Es otro niño, así Fran tendrá con quien jugar, pensó ella. La sonrisa de Juan era tan dulce que iluminaba aquella morada.

Sentir más amor ¡No es posible!, pero se equivocaba.Los dioses debieron escucharla, Miriam no tardó en llegar, como un torbellino lleno de energía y después Sara, tenía tanta alegría que llenaba todos los días de algarabía.

Sara Monteagudo Moya


LA CARTA

Recibí una larga carta, cuatro folios por lo menos, llenos de una hermosa caligrafía, toda escrita con mayúsculas. Era de él, reconocí su letra al instante, como respuesta a la minúscula misiva que yo le envié unos días atrás.

     El papel era exclusivo, la presentación muy cuidada, le había dedicado mucho tiempo, eso era innegable y, de alguna manera, le concedía al hecho una singular importancia. Tardé mucho tiempo en leerla, quizá para que ese momento no acabara nunca o, tal vez, por miedo a lo que me diría. Y tardé tanto en hacerlo que, finalmente, jamás supe el contenido de la carta. Bruscamente, desperté.

Reme García Amoraga